lunes, 8 de marzo de 2010

Resumen de “La Ciudad Ideal y la Construcción de Sentido” de Óscar González

Para reflexionar sobre la ciudad es necesario relacionarla con nuestras sensaciones y percepciones. Hablar de la ciudad debe partir de una necesidad, o un deseo, de hallarle sentido a ésta reflexión que, antes que ser fija, es cambiante, mutante, incoherente. Si tratamos la ciudad desde lo estético, debemos tener también un punto de vista crítico y sensible. La ciudad clama por una estética propia; clama por un ciudadano sensible que la intervenga y busque en ella sus huellas y las que otros han hecho.
La ciudad es entonces objeto de reflexión. Es un proyecto que ha de realizarse en sí misma. Para esto, el ciudadano debe apropiarse de la ciudad, debe dominarla, para liderar una construcción de ésta que irá de la mano de una construcción personal.

Dice Roland Barthes que cualquier ciudad es en sí una estructura y que nunca debemos querer llenarla. Si existe una estructura, existe entonces lo estético y desde allí podemos intervenir intensamente como ciudadanos. Es ciudadano quien hace real la ciudad; quien es lector y a la vez escritor de ésta.
Hablo de hacer real la ciudad pues ésta en sí no lo es; no hasta que la cruzamos y dejamos huella. No hasta que nos recorremos a nosotros mismos. Todo se reduce a ciudades reales y ciudades ideales.

Llegamos entonces a una conclusión: sólo hay ciudad si hay ciudadano, y la construcción de ciudad sólo puede darse si va acompañada de la formación de ciudadanos. De aquí que intervenir la ciudad tiene sentido si el ciudadano sabe penetrarla y comprenderla; si es capaz de observarla con detalle. De lo contrario la intervención no tendría trascendencia. La ciudad, real o ideal, es de quien la siente, no de quien la piensa. La ciudad es allí donde el ciudadano realiza o materializa todos sus sueños.

El ciudadano debe intervenir la ciudad y esa intervención será trascendental en la medida en que provenga de su necesidad por apoderarse de la ciudad. Cada paso, cada movimiento del ciudadano deja huella, crea memoria, escribe historia.

Como dijimos anteriormente, al cambiar la ciudad cambiamos también nosotros. Tal relación no es posible desde la racionalidad, sino que debe darse dentro de un marco de sensibilidad. Cuando la ciudad se nos va de las manos, cuando ya no la dominamos, recurrimos entonces a la invención. Terminamos inventando una ciudad que podemos intervenir y, de esta forma, hacerla real.